El Oxígeno es el elemento vital que sostiene la vida humana. Cada célula del cuerpo lo necesita para completar los procesos metabólicos que dan vida y energía al organismo. Hace muchos años, estudiando este elemento natural, se desarrolló el principio de la Oxigenación Hiperbárica, dimensionado a partir de la Ley de Henry: “El volumen de un gas que se disuelve en un líquido es proporcional a la presión parcial de dicho gas”.

Ya en 1662 el médico británico Henshaw sostuvo que el aumento elevado de la presión del aire podría aliviar algunas lesiones graves y mejorar condiciones crónicas. Los médicos europeos, Junod en 1834 y Pravaz en 1837, marcaron hitos en terapias hiperbáricas con los primeros baños con aire comprimido que se extendieron por Europa con gran éxito.

La primera Cámara Hiperbárica se construyó en Canadá en 1860 y un año después se utilizó en EEUU para el tratamiento de desórdenes nerviosos.

A mediados del siglo pasado se aceleraron los estudios del Oxígeno en el campo de la aviación y el buceo marino, especialmente por la NASA.

Trascendidas esas investigaciones a la comunidad científica, se incrementaron sus aplicaciones en las diferentes especialidades que ofrece la medicina moderna en todo el mundo.

Hoy, con las nuevas tecnologías y materiales, se brindan tratamientos hiperbáricos con equipos de media presión (1.4 ATM) permitiendo que el paciente no corra riesgos y se beneficie con al aumento en los niveles de Oxígeno en los tejidos.